La importancia del diálogo entre culturas

20250301 170639

Monseñor Xabi Gómez es obispo de Sant Feliu de Llobregat. Comprometido con la pastoral de los migrantes, impartió esta conferencia a los jóvenes de MED 25 reunidos en Barcelona para su primera sesión. 

El verdadero diálogo no busca vencer, sino comprender (María Zambrano).

Tras los Encuentros Mediterráneos, hoy comienza el viaje del Bel Espoir. Para su joven tripulación y para nosotros aquí, esta nave que unirá los puertos de todas las orillas del Mediterráneo es una sorpresa de Dios y, como indica su nombre, una parábola de esperanza, porque cada barca en el mar representa a la Iglesia que debe echar sus redes en este “Lago de Tiberíades” que es el Mare Nostrum. Y ella representa no sólo a la Iglesia de los pescadores del Reino de Dios, sino a la Iglesia que teje y conecta redes más amplias porque su Señor la impulsa a construir en todas partes la "civilización del amor". De nosotros depende hacerlo en las orillas de un mar que conecta 21 países repartidos en tres continentes, África, Asia y Europa, y que alcanzará este año a 529 millones de personas. Un paisaje geográfica, cultural, humana, social, económica y religiosamente plural y diverso, con países que acogen mucha diversidad en sus fronteras. Algunos de ellos tienen heridas profundas por las guerras, la violencia o la desigualdad. Un mosaico de culturas, pero también de esperanzas.

Los datos indican que en las costas sur y este el número de jóvenes menores de 25 años es el doble que en las costas norte. En general, la tasa de desempleo juvenil en el Mediterráneo es del 25,1%, casi el doble del promedio mundial, y lo más preocupante es que en casi todos los países los jóvenes ven el futuro de su nación con pesimismo. En muchas partes de Europa los jóvenes no alcanzarán el nivel de bienestar de sus padres. Por tanto, no sólo es oportuno sino necesario fomentar la solidaridad intergeneracional, el sentido de pertenencia, las identidades culturales compartidas y la confianza en el futuro. Bel Espoir lleva su mensaje a todas las culturas y religiones que pueblan la región. Éste podría ser su mensaje, extraído de las palabras pronunciadas repetidamente por el Papa Francisco: “Nadie puede salvarse solo. "Estamos todos en el mismo barco."

Frente al individualismo, la fragmentación, la cultura del descarte, la indiferencia, los nacionalismos y los fundamentalismos excluyentes, decimos humildemente: nadie puede salvarse solo. Así navegaremos juntos, vosotros que os hacéis a la mar, nosotros que nos quedamos en tierra y nosotros que navegamos en el mundo digital, la Iglesia navegará con la vela del diálogo y de la amistad social. Navegará impulsada por el aire del Espíritu Santo que es creador y creador, que genera diversidad y armonía. Navegará como Ulises, aferrada al mástil de la cruz para que ningún peligro nos haga desviar de nuestra ruta.

En muchas plataformas digitales y en los medios de comunicación escuchamos cantos de sirena, profetas de la fatalidad que blanden la intolerancia, el prejuicio y el miedo a lo desconocido. Envenenan con historias irracionales. Para desarmarlos, sabemos qué métodos pedagógicos utilizar: “escuchar con el corazón” para construir una cultura del encuentro basada en la empatía y el respeto mutuo; Éste es el consejo del Papa Francisco. Para escuchar con el corazón, haremos el doble ejercicio de escuchar al Espíritu Santo y escucharnos activamente a nosotros mismos. Estamos convencidos, como decía el cardenal Aveline, de que «el diálogo no significa renunciar a la propia identidad, sino enriquecerla con la visión del otro». Esto significa estar abierto al aprendizaje, aceptar la diversidad y reconocer que la verdad puede expresarse de múltiples maneras.

Navegaremos recordando conectar orillas, corazones, sufrimientos, sueños, respuestas comunes y esperanzas. Navegar es dialogar con la esperanza.

La filósofa María Zambrano ha arrojado una luz esencial sobre el diálogo y la razón poética. Para ella, el diálogo no es sólo un intercambio de ideas, sino una forma de comprender a los demás que nace de la intuición y la empatía. Su concepto de razón poética propone un conocimiento más profundo y humanístico, donde la palabra y el pensamiento se abren al misterio del ser humano y a la convivencia armoniosa. Según ella, "el verdadero diálogo no busca ganar, sino comprender". Esta perspectiva nos invita a pensar el diálogo como un acto de creación común, en el que se superan las barreras impuestas por el lenguaje rígido o por la imposición de verdades absolutas.

Queridos jóvenes y compañeros, en el camino del diálogo, sin querer interferir en vuestro cuaderno de bitácora, permitidme que os recuerde lo que nos une, porque las noticias cotidianas ya nos recuerdan lo que nos separa.

Para prepararnos a un diálogo entre culturas que busque comprender y no vencer, propongo un pequeño juego de contrastes que resalta muchos valores comunes del Mediterráneo:

  • Vivimos en la nube digital, consumiendo información en pantallas sin textura. A diferencia de la cultura digital predominante, donde la realidad está desmaterializada, los pueblos que habitan las orillas del Mediterráneo son culturas enraizadas en lo tangible y lo sensorial. En nuestras tradiciones, experimentamos la vida a través de los sentidos: el tacto, el olfato, el gusto y la vista juegan un papel crucial en la construcción de la realidad. Lo percibimos, por ejemplo, cuando entramos en contacto con materiales físicos: piedra, mármol, madera, agua de mar, tierra caliente. Estos materiales están presentes en el paisaje cotidiano y en nuestras obras de arte. La arquitectura mediterránea da testimonio de la relación entre el hombre y su entorno material. En todos nuestros países, la gastronomía es un arte y un ritual. La comida no es sólo alimento, sino un acto social y sensorial. Comer juntos implica un ritmo pausado, conversación y disfrute de los sabores. Y tenemos el mar como elemento de contemplación: no es sólo un espacio geográfico, sino un símbolo de profundidad y misterio, en contraste con la hipertransparencia digital que elimina toda opacidad y reflejo.
  • Los algoritmos manipuladores y la memoria subcontratada en servidores digitales debilitan nuestra capacidad de recordar y construir nuestra identidad. Debemos recuperar el Mediterráneo como cuna de civilizaciones. Históricamente, hemos sido un lugar de historias, mitos, arte, filosofía y religión, donde la sabiduría se transmitía a través de la palabra hablada y la experiencia compartida. Esto demuestra la importancia de redescubrir la conversación lenta, el intercambio pausado de ideas, en contraposición a la inmediatez de las redes sociales y la sobrecarga de información superficial.
  • A diferencia de la sociedad digital que nos aísla en burbujas de información personalizada y propugna el “sálvese quien pueda” o “la ley del más fuerte”, las culturas mediterráneas, aunque han sido escenario de guerras y luchas de poder, han desarrollado un fuerte sentido de comunidad y hospitalidad. Nuestros puertos y nuestras grandes ciudades fueron y son espacios de intercambio y convivencia. Contrariamente a la homogeneización impuesta por la globalización, la hospitalidad mediterránea ha sabido y, esperamos, seguirá sabiendo acoger al otro sin asimilarlo, respetando sus diferencias. Hoy en día, las redes sociales crean una ilusión de conexión que, en realidad, refuerza el individualismo y a veces una violencia oculta en el anonimato. Sin embargo, nuestras tradiciones han privilegiado el ágora, la plaza o el espacio público como lugar de debate y convivencia real.

En su libro Vida contemplativa, el filósofo y ensayista Byul-Chun Han señala que "el origen de la cultura no es la guerra, sino la fiesta". La fiesta, entendida como celebración comunitaria, es una manifestación de la inactividad productiva que enriquece la existencia humana. Esta perspectiva encuentra un profundo eco en nuestras tradiciones seculares o religiosas mediterráneas, donde la celebración y la comunidad ocupan un lugar central.

Respecto a la necesidad de diálogo entre culturas, la escritora y activista libanesa Joumana Haddad destacó que “el diálogo no es un lujo, sino una herramienta de supervivencia en un mundo que nos empuja hacia la fragmentación”.

El Papa Francisco también ha subrayado repetidamente la importancia del diálogo como medio para superar los conflictos y construir puentes entre las personas y las comunidades. En su encíclica Fratelli Tutti afirma que «la paz real y duradera sólo es posible mediante una ética del diálogo y del encuentro». Según Francisco, el diálogo debe ser paciente, humilde y desinteresado, evitando imponer la propia visión y buscando siempre el bien común. En esta búsqueda del bien común, el cardenal Jean-Marc Aveline, arzobispo de Marsella, nos anima a trabajar para que «el Mediterráneo se convierta en un laboratorio de fraternidad, un lugar donde las diferencias no sean un obstáculo, sino una fuente de riqueza».

Queridos amigos, no debemos tener miedo a las diferencias. Un mundo sin diferencias no es posible ni deseable. Dios creó la diversidad y nos confió la tarea de armonizarla. Éste es el mensaje de las Sagradas Escrituras, que va contra la uniformidad de la cultura inducida por la globalización y el neoliberalismo deshumanizado. Debemos globalizar la solidaridad.

Algunos filósofos contemporáneos advierten contra esta tendencia a la homogeneización cultural que observamos en las calles comerciales de cualquier ciudad del mundo: todas parecen iguales. Y las calles son sólo la punta del iceberg de una homogeneización del pensamiento preprogramado que ya está afectando a muchos jóvenes y conciudadanos. Por ejemplo, vemos entre la gente común el aumento del consumo de historias de rechazo o de miedo a la diferencia. La diversidad está en crisis. En este proceso, el otro desaparece, lo diferente se convierte en una versión domesticada y comercializable de sí mismo.

Las hijas y los hijos de la Iglesia Católica no pueden ser meros espectadores de este cambio cultural; Ha sido parte de nuestra identidad desde el principio abrazar la armonía en las diferencias y la comunión en la diversidad. En este contexto, nos vemos desafiados a resistir el modelo cultural uniforme recuperando el valor de la alteridad. No intentemos evitar o disfrazar las diferencias, sino darles espacio y valorarlas como parte de la riqueza y el patrimonio de la humanidad que encontramos hoy como un microcosmos en cada ciudad o país.

Para lograrlo será imprescindible contar con un sistema educativo adecuado y la contribución de todas las religiones como factor de integración y cohesión social. El elemento más desestabilizador de la convivencia no es la diferencia cultural, sino la pobreza, la falta de igualdad de oportunidades, la falta de justicia social, la falta de acceso a la educación, al trabajo o a una vivienda digna en el propio país o en el país donde se busca un futuro en paz. Para afrontar este desafío, la doctrina social de la Iglesia también navega contra corriente proponiendo sistemas económicos, políticos y sociales centrados en la dignidad de la persona humana y el bien común. Esto no es muy popular en la jungla competitiva a la que nos arrastra el sistema económico, político y de comunicación dominante. Pero nadie dijo que ser cristiano fuera fácil.

La crisis de la alteridad y sus consecuencias para la convivencia

No sé cuál sea vuestra experiencia, pero tengo la sensación de que en los últimos años, quizá desde 2001, nuestras sociedades rechazan cada vez más aquello que perciben como extraño o desafiante. No estamos haciendo bien si percibimos o asociamos la diferencia con el peligro o la amenaza. Pero no nos engañemos: nuestras sociedades padecen más de aporofobia que de xenofobia.

En medio de este panorama, la Iglesia y las religiones que habitan el Mediterráneo están llamadas a recuperar y valorar la “amistad social”, la “cultura del encuentro” que implica abrirse a los demás sin buscar asimilarlos. Uno de los factores que determina nuestra era de cambio es la migración, la movilidad humana, muchas veces casi forzada. No es posible entender nuestro tiempo sin los migrantes y refugiados. La tripulación de Bel Espoir podrá experimentar la hospitalidad en muchos puertos y lugares. La migración y la diversidad cultural en nuestros países, ciudades y barrios brindan una oportunidad para practicar, profundizar y recrear la hospitalidad como resistencia a la hostilidad y los prejuicios reforzados por ciertas narrativas e intereses políticos alrededor del mundo. Estos prejuicios provocan emociones derivadas de constructos sociales y culturales, y por tanto modificables apelando a la fe, la razón, la educación y las razones del corazón.

La importancia de animar a los jóvenes a experimentar intercambios culturales y a ser acogidos en países y culturas distintos a los suyos. ¡Qué importante es compartir estas experiencias! Quizás algunos de ustedes se pregunten: ¿sería posible una propuesta compartida por todas las religiones abrahámicas para promover la coexistencia en la diversidad cultural? Ya tenemos una hoja de ruta para ello, la Declaración de Abu Dhabi firmada por el Papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb en 2019. Pero esta hoja de ruta, como tantos otros documentos de referencia y de altura ética o moral, aún no ha llegado a las bases, a las comunidades, a las mezquitas o iglesias, a las calles. Necesitaremos testigos convencidos y embajadores de la fraternidad humana, de la paz mundial y de la coexistencia común. Debemos ser creativos para que el diálogo entre referentes religiosos o culturales pueda desembocar en un diálogo entre vecinos, entre vecinos del barrio, de la ciudad, entre países vecinos.

Conocerás ciudades donde diversas comunidades religiosas o culturales comparten espacio físico, conviviendo pero interactuando poco, y otras donde la interacción es más fuerte. Escuche y abra los ojos y el corazón a lo que se dice y a lo que no se dice. Escucha las heridas y hazlas tuyas. Sólo así podéis contribuir a sanarlos y ayudarnos a promover el diálogo intercultural e interreligioso y el respeto entre todas las personas, independientemente de su fe o cultura. Queridos amigos, es urgente que nuestras sociedades se abran al valor de la hospitalidad y al crecimiento del “nosotros” como principio de humanización y puente entre culturas y personas.

Podríamos enumerar conflictos y afrentas en las orillas del Mediterráneo, pero quizá hoy sea más importante afirmar y cantar la esperanza.

Ya hay en nuestros países comunidades que oran, celebran, viven y profetizan el sueño de Dios frente a lo que se ha llamado “la globalización de la indiferencia” (EG 54), que marcan el camino y nos dicen a todos cómo es posible construir armonía en las diferencias. Éste es el modelo y el camino, necesitamos muchos más. Por eso es que te haces a la mar. Practicar la cultura de la aceptación mutua tiene un valor transformador para las personas, las instituciones y las estructuras. Se requiere cultivar la virtud de la paciencia, tan necesaria para iniciar o acompañar procesos, sabiendo sembrar para que otros puedan cosechar.

Hacia una nueva forma de convivencia intercultural

Desde las orillas del Mediterráneo, nuestro “Lago Tiberíades” (La Pira), deberíamos poder aprovechar todos los foros civiles, culturales y religiosos, que son numerosos, para crear redes. Debemos saber aprovechar todos los foros civiles, culturales y religiosos, que hay muchos, para crear redes. Ya hay muchas buenas iniciativas en muchos países. Podemos inspirarnos en esto dentro de la Iglesia y entre las religiones. Renunciemos a la pereza intelectual y al fatalismo que también han caracterizado ciertos momentos de nuestra historia. Debemos seguir siendo creativos. Rememos más hacia adentro. En este sentido, la Iglesia católica, con su modo de organización, ofrece una presencia capilar en todos los territorios y todas las naciones, capaz de conectar diócesis, instituciones, proyectos. Ella es capaz de sentarse junta en conversación en el Espíritu para ofrecer al mundo y a sus conciudadanos lo que es más propio de Jesucristo y de la experiencia de la catolicidad, de la comunión en la diversidad, de la armonización de las diferencias y tensiones sin fractura, porque tiene la visión del bien mayor que reúne, reúne, sana y envía.

Como dice otro escritor, el libanés Amin Maalouf, "el encuentro con el otro no es una amenaza, sino una oportunidad de crecimiento".

Tal vez necesitemos repensar juntos la globalización y repensar la región mediterránea. Hazlo del lado de las víctimas y de los más vulnerables. Podemos encontrar en nuestros ancestros el valor del silencio y la contemplación para reaprender a escuchar y dar espacio a la alteridad sin apresurarnos a juzgar o asimilar. Si queremos tener futuro, debemos escuchar a los jóvenes y pensar en el mundo y en el Mediterráneo que queremos dejar a las generaciones futuras.

Por último, permítanme sugerirles que pongan su aventura bajo la protección de San Carlos de Foucauld. Su ejemplo puede arrojar luz sobre el diálogo entre culturas en las cinco orillas del Mediterráneo de la siguiente manera:

  1. Acoger y conocer al otro: Charles de Foucauld pasó gran parte de su vida en el norte de África, particularmente en el desierto del Sahara, con los tuaregs. No vino como conquistador ni como un simple observador, sino con el deseo de comprender su cultura, aprender su lengua y compartir su vida cotidiana. Su actitud nos recuerda que el primer paso del diálogo es el conocimiento profundo del otro, sin prejuicios y abierto a la riqueza de su identidad.
  2. Fraternidad y vida compartida: inspirado en la espiritualidad de Nazaret, Foucauld quiere ser un “hermano universal”. No busca imponer su fe, sino dar testimonio de ella a través de una vida de amor, cercanía y servicio. En un Mediterráneo marcado por tensiones religiosas y culturales, su testimonio nos recuerda que la auténtica fraternidad no busca convertir al otro, sino acogerlo y amarlo en su dignidad y diversidad.
  3. Diálogo interreligioso: Aunque cristiano, Foucauld aprendió el Islam, estudió el Corán y dialogó con los musulmanes de manera respetuosa. Su actitud no era de confrontación, sino de escucha y de reconocimiento de la presencia de Dios en el otro.
  4. Construir la paz y la reconciliación: Charles de Foucauld no buscó poder ni fama, sino ser un signo de paz en medio de un mundo dividido. En estos tiempos de conflicto en la región mediterránea, su testimonio nos invita a trabajar por la justicia y la reconciliación, partiendo de lo cotidiano y lo sencillo, sin esperar grandes gestos políticos, sino confiando en el poder transformador del amor y de la amistad. San Carlos de Foucauld nos deja un camino claro para el diálogo entre culturas en el Mediterráneo: aprender de los demás, vivir en fraternidad, dialogar con respeto, trabajar por la paz y ser testigos de una fe basada en el amor y la humildad. En un mundo que necesita más puentes que muros, vuestra vida sigue siendo luz para la convivencia entre pueblos, religiones y culturas.

Queridos jóvenes, querida tripulación, citando a Kavafis:

“Cuando emprendes tu viaje hacia Ítaca

pide que el camino sea largo,

Lleno de aventuras, lleno de experiencias.

No temáis ni a los lestrigones ni a los cíclopes

ni el enojado Poseidón.”

 

No tengas miedo, ve a Bel Espoir, que el Espíritu de Dios esté contigo.

Publicado el 6 de marzo de 2025

En este archivo

"Un Arca de Esperanza"

El domingo 2 de marzo, en la Basílica de la Sagrada Familia, el Cardenal...
Leer el artículo →

La importancia del diálogo entre culturas

Monseñor Xabi Gómez es obispo de Sant Feliu de Llobregat. Comprometido en...
Leer el artículo →

Publicado el 6 de marzo de 2025