“La verdadera paz no es cuando termina la guerra; la verdadera paz es cuando terminan las divisiones”

Dzeneta, una joven participante en la sesión 5 entre Estambul y Atenas, da testimonio de la reconstrucción de su país después de la guerra, durante la Ceremonia de la Paz celebrada en Atenas el 18 de julio de 2025.
La guerra en Bosnia y Herzegovina, que duró de 1992 a 1995, dejó profundas cicatrices en el país y su gente. Fue un conflicto brutal entre vecinos, impulsado por tensiones étnicas y marcado por crímenes atroces, como genocidio, asedios y masacres. Se perdieron más de 100.000 vidas y millones de personas fueron desplazadas. La guerra terminó oficialmente con el Acuerdo de Paz de Dayton, pero la verdadera paz —la que vive en el corazón y la vida cotidiana de las personas— es mucho más difícil de alcanzar.
Hoy, la paz en Bosnia y Herzegovina es más formal que real. Aunque las armas han silenciado el fuego desde hace mucho tiempo, la guerra sigue viva: en los recuerdos, en las conversaciones cotidianas y en la manipulación política. Una sola palabra —"guerra"— basta para generar miedo, ansiedad y división. Los políticos lo saben. Usan esa palabra no para recordar a la gente la necesidad de la paz, sino para manipular las emociones, aferrarse al poder y mantener a la gente dividida.
Casi treinta años después de la guerra, aún nos enfrentamos a una realidad inquietante: dos escuelas bajo un mismo techo. Niños de diferentes orígenes étnicos asisten al mismo edificio, pero no a las mismas aulas. Están separados por los planes de estudio, los profesores e incluso los pasillos; todo bajo el mismo techo. Es un símbolo de paz en teoría, pero división en la práctica.
Sin embargo, fuera de estas escuelas, esos mismos niños juegan juntos. Pasan tiempo juntos, forjan amistades. Nos demuestran, cada día, que la coexistencia no solo es posible, sino natural. Las divisiones vienen de arriba, no de la gente.
Lamentablemente, aún existe una peligrosa confusión: a menudo se confunde la religión con la etnia. Por ejemplo, un compañero de trabajo me preguntó quiénes eran los refugiados. Le dije que venían de Irán, y él respondió: «Ah, me refería a si eran serbios o croatas», pensando en su religión: si eran católicos u ortodoxos.
Pero no tiene por qué ser así. La diversidad debería ser una fortaleza, no una debilidad. La mezcla de culturas, religiones y tradiciones en Bosnia y Herzegovina no es un problema que resolver, sino una riqueza que acoger. Nuestras diferencias no tienen por qué dividirnos; pueden enseñarnos, conectarnos y hacernos más fuertes.
Bosnia y Herzegovina se encuentra hoy en una encrucijada entre su pasado y su futuro. Si queremos una paz verdadera —no solo en los documentos, sino en el corazón de la gente—, debemos dejar de ignorar estos problemas. Debemos construir una sociedad donde los niños no reciban una educación separada, donde la fe no nos divida y donde la palabra «guerra» ya no se utilice como arma política.
El sistema educativo debe ir más allá de la simple transferencia de conocimientos: debe ofrecer soluciones. Debe partir de lo básico, de lo que nos hace humanos. Porque antes de ser diferentes, somos iguales.
Todo niño, independientemente de su religión, etnia o nacionalidad, necesita agua para beber, luz para ver, aire para respirar y amor para crecer. Estas no son necesidades religiosas; son necesidades humanas.
Ahí es donde debe comenzar la educación: con la experiencia compartida. Con la idea de que todos necesitamos seguridad, dignidad y oportunidades. Los niños deben aprender que todos tienen derecho al conocimiento, a creer o no creer, a sentirse vistos y valorados. Cuando partimos de lo que tenemos en común, creamos un espacio para comprender y respetar nuestras diferencias.
La educación también debería enseñar la verdad sobre la guerra: que nadie gana. En la guerra, todos pierden algo: dignidad, humanidad, conexión. La guerra no construye, sino que destruye. No une, sino que divide. Y lo que deja tras de sí es desconfianza y miedo.
Cuando ocurren desastres —terremotos, inundaciones, incendios—, no se pregunta a qué religión perteneces. Afectan a musulmanes, cristianos, judíos, ateos... a todos. El sol nos ilumina a todos por igual. Entonces, ¿por qué la paz, la dignidad y las oportunidades deberían ser diferentes?
No deberíamos necesitar la tragedia para descubrir nuestra humanidad común.
Por eso, la educación debe ayudar a la próxima generación a ver más allá de lo que nos separa y a reconocer lo que nos une. No ignorando las diferencias, sino honrándolas, a la vez que se construye un profundo sentido de humanidad compartida.
Sólo cuando los niños comprenden esto pueden convertirse en adultos que eligen la unidad en lugar de la división y la paz en lugar del odio.
Porque nuestro futuro no depende de lo diferentes que seamos, sino de lo dispuestos que estemos a comprender esas diferencias y convertirlas en fortaleza.
La verdadera paz no es cuando termina la guerra; la verdadera paz es cuando terminan las divisiones.
Paz para Gaza. Paz para Sudán. Paz para Ucrania. Libertad para Palestina. Libertad para los uigures en China. Justicia para todos. Paz para todas las personas en movimiento.
Dzeneta
Publié le 30 julio 2025