Inés, España

capture d'écran 2025 08 05 151346 (1)

Tras un año muy difícil en mi vida personal, esta experiencia fue como un soplo de aire fresco, o mejor dicho, un momento de gracia. La Etapa 4 de MED25 ha sido mucho más que un proyecto o una oportunidad de aprendizaje para mí: ha sido un espacio de reconexión conmigo misma, con los demás y con Dios.

 

Desde el principio, me sentí acogido por un grupo de personas tan diferentes en orígenes, creencias e historias de vida, pero tan increíblemente similares en el corazón. Ese descubrimiento —que más allá de fronteras, religiones e idiomas, somos profundamente cercanos— fue una experiencia humilde y sanadora. Me abrió de maneras inesperadas. Compartí pensamientos y preguntas que rara vez habían salido de las paredes de mi mente. Y a cambio, encontré escucha, calidez y una verdadera conexión humana.

 

De alguna manera, en este espacio compartido de incertidumbre y diferencia, encontré un lugar seguro. Afronté miedos que llevaba tiempo cargando. Practiqué el perdón, sobre todo hacia mí misma. Y conocí a personas que llevaré conmigo el resto de mi vida, porque dejaron una huella profunda en mi ser.

 

Aunque no pudimos llegar al Líbano debido al conflicto de misiles entre Israel e Irán —una realidad que al principio me entristeció, quizás con un poco de egoísmo—, este giro inesperado hizo que el tiempo que pasamos juntos fuera aún más valioso. En la imprevisibilidad, nuestro grupo se unió más y la experiencia, más intensa. A veces, es en la pausa, en la incertidumbre, donde algo sagrado se revela. La reflexión de Ada, de Palestina, me llegó justo en el momento preciso. Me recordó el valor de ser una gota en el mar. Sus palabras me conmovieron profundamente y me ayudaron a comprender que, incluso cuando nos sentimos pequeños o indefensos, nunca estamos solos, especialmente cuando elegimos amar y permanecer.

 

En cuanto al tema de la sesión —religiones en diálogo—, ahora lo veo menos como un concepto y más como una forma de vida. El diálogo no se trata simplemente de estar de acuerdo o en desacuerdo, sino de estar dispuesto a ver al otro, a dejarse ver y a caminar juntos. Lo experimenté muchas veces durante las prácticas: en una comida, en un silencio compartido, a través de una broma o en conversaciones vulnerables. No borramos nuestras diferencias, las honramos, pero se convirtieron en puertas, no en muros.

 

Finalmente, cuando pienso en la integración mediterránea, no pienso primero en política ni economía; pienso en rostros. En nombres. En historias. Esta etapa me recordó que la integración empieza con las relaciones. Que un Mediterráneo más unido es posible, no solo mediante grandes estrategias, sino mediante pequeños y auténticos gestos de encuentro, aquellos que crean puentes donde antes había fronteras.

 

Con profunda gratitud”

 

Inés

Publicado el 5 de agosto de 2025 en