Diego, España

Llegué a este viaje con muchas preguntas sin respuesta y me voy con otras nuevas que me acompañarán el resto de mi vida. Subí a este velero sin conocer a nadie y me voy con el corazón lleno de gente maravillosa. Más allá de la tecnología, más allá de la rutina diaria, descubrí la simplicidad, la pureza del alma humana y la inexplicable belleza de nuestro mundo. Encontré el amor, la paz… pero también comprendí lo difícil que es evitar la guerra y el conflicto. A veces, perdí la esperanza de un mundo mejor, temí por el destino de este planeta, me enojé con la humanidad, pero comprendí que la felicidad no siempre requiere mucho: a veces basta con amigos, una tarea que nos dé un propósito, un lugar donde dormir y algo que nutra nuestro cuerpo y alma.
En aquel barco éramos marineros-filósofos, pescadores de hombres como en los cuentos bíblicos, peripatéticos al estilo de Aristóteles, misioneros de la esperanza, jóvenes en búsqueda del sentido de la vida.
La naturaleza nos ofreció regalos asombrosos: delfines saltando junto a nosotros en la proa de nuestra querida red, el brillo del plancton por la noche y otros más discretos como el viento, las olas y el sol. No importaba en qué Dios creyéramos, o si creíamos en alguno; lo que importaba era proteger la creación, cuidar los mares y abrazar la tierra.
Hoy vivimos en la era más artificial que la humanidad haya conocido, pero descubrí que la esencia divina aún reside en nosotros. Aún hay esperanza, incluso en medio de la destrucción y el ruido de poderes genocidas. La música, las guitarras, las canciones nocturnas y la libertad de nuestros cuerpos y mentes resonaban con la misma fuerza que las olas del Bel Espoir.
Solo queda dar gracias: a Dios, a los amigos que navegaron conmigo y, sobre todo, a la vida, que, después de tantos altibajos, me permitió estar allí y vivir la mejor experiencia de mi vida. Este velero era una sociedad en miniatura, con sus fricciones y desacuerdos, pero también estaba lleno de magia y amor. El ingrediente esencial para construir la paz es seguir navegando juntos, respetando nuestras diferencias y luchando por la libertad. Porque en esta vida también debemos aprender a dar para recibir… porque, como decía mi abuela: «Manos que no dan, ¿qué esperan?».
No podría explicar la sensación de despertar cada mañana entre las tablas de madera del velero al amanecer, ni la sensación cuando las olas nos inclinan 90 grados, ni cuando el mar Mediterráneo se convierte en nuestra ducha. Pero sé que hicimos historia, y dentro de siglos alguien estudiará este proyecto, verá nuestras fotos y sonreirá. Aunque no hace falta esperar tanto, cada vez que mire estas fotos, sonreiré y me alegraré de haber vivido esta búsqueda incansable de amor hacia la humanidad. Espero que nuestras palabras resuenen entre los líderes, que los gritos y las alegrías lleguen a Roma, Bruselas, Washington o Nueva York, y que ayuden a cambiar este mundo, o al menos a salvarlo de nosotros mismos.
Diego
Publicado el 16 de septiembre de 2025 en Testimonios de S5